lunes, 6 de noviembre de 2023

 

1811

 

  Piso a fondo el acelerador. La camioneta rugía con furia y hacia mover los 120 caballos de fuerza de su Dodge RAM del 90. Doroteo sentía un picor en la palma de sus manos, acompañado de una sensación de frio que le recorría desde la punta de los dedos hasta la mitad del antebrazo. Sudaba a chorros y sentía la camisa empapada pegada en el pecho. La boca del estómago le ardía y podía jurar que, si dejaba de concentrarse en manejar, se orinaría en los pantalones. Esquivo varios coches y paso junto a una patrulla de policía local, que no hizo ni siquiera el intento por seguirlo, sabían que no tenían nada que hacer con su Chevy desvencijado y con un rotulo en cada puerta que presumía el triste escudo de la policía municipal de la ciudad de Monterrey.

   Tomo la autopista a Saltillo, pago el peaje y siguió manejando hasta llegar al letrero de la siguiente caseta que lo dirigía hacia Torreón. A partir de ahí se relajó y comenzó a manejar más lento porque sabía que habían aumentado las probabilidades de que algún policía federal lo detuviera por el exceso de velocidad y entonces despertaría sospechas.

   El sol incipiente, se elevaba en lo alto de las montañas. Los matorrales daban esa sensación típica de las películas americanas, con su color sepia que cubrían todo el valle. Unas nubes blancas y abultadas como algodones de azúcar se apelmazaban al fondo, más allá de lo que alcanzaba a ver. Se detuvo en una gasolinera del seven-eleven y lleno el tanque. Hacia un calor de casi treinta grados, pero Doroteo se colocó un gorro tejido para el frio y se puso unos lentes obscuros. El joven que le despacho el combustible ni siquiera lo volteo a ver, solo se limitó a abrir el tapón de la gasolina.

   —¿Cuánto jefe? —Pregunto el joven.

   —Lleno por favor. —Contesto Doroteo.

   El muchacho pincho varios botones en la bomba y conecto la manguera dejando que el combustible comenzara a correr. Cuando el gatillo de la bomba boto, el tablero marcaba mil quinientos pesos. Doroteo saco tres billetes de quinientos y extendió la mano para dárselos al joven, el cual pregunto si requería ticket y Doroteo negó con la cabeza. Arranco el motor, pero solo para moverse unos metros mas adelante y poder apearse. Se dirigió hacia los baños. Dio un respingo al entrar, pues había un espejo que cubría los tres lavamanos en hilera con los que contaba el lugar. Entro al primer cubículo y lo que pensó se trataba de orina, se convirtió en un vomito que regurgito desde dentro de sus entrañas, arañándole el esófago y dejándole una sensación de acides. Escupió varias veces y cuando pudo recomponerse, se puso en pie y tiro de la cadena. Camino de vuelta al espejo y se enjuago la cara con ambas manos. Se quedo recargado, mirándose a sí mismo a sus ojos. Sentía que aun le temblaba la mano derecha y no podía quitarse el olor a pólvora. Tomo varias servilletas del dispensador y salió del baño, no sin antes arrojar la bola de papel en uno de los botes de basura que estaban en la entrada. Camino hasta la tienda. El calor lo estaba matando, pero, aun así, no se retiró el gorro. Entro a la tienda, donde una mujer obesa, que vestia con una casaca verde con hombros negros y el logotipo distitivo en forma de siete, rojo con naranja, trapeaba el piso acompañada de una enorme tina amarilla con llantas. Pudo escuchar en algún radio tras el mostrador, una canción de música regional, pero no supo distinguir de quien se trataba. Ella lo saludo, pero Doroteo ni siquiera la volteo a ver. Llego a los refrigeradores, tomo un par de six-pack’s de Carta Blanca y un garrafón de diez litros de agua. Camino hasta el mostrador, donde un par de rebanadas de pizza y unos burritos de frijoles se mantenían inertes dentro de una vitrina especial que no los dejaba enfriarse. Doroteo sintió que se le revolvía de nuevo el estómago. La mujer soltó el trapeador. —¡voy! — grito desde el fondo del pasillo. Llego hasta detrás de la caja y comenzó a marcar los artículos.

   —¿Algo más? — pregunto. Doroteo señalo detrás de ella, hacia las cajetillas de cigarros.

   —Dame unos Marlboro rojos, por favor— La mujer tomo la cajetilla y la marco.

   —Son trecientos sesenta y cinco pesos. — Dijo la mujer, mirándole el gorro. —Como que hace mucho calor para usar uno de esos no? —

   —¿Cómo dice? —

   —El gorro, está caliente para traerlo. — Insistió sin soltar del todo la cajetilla.

   —Si, pero no importa, es por una enfermedad.

   —¿Tienes cáncer?

   —¿Cáncer? No, no, nada de eso. —Contesto Doroteo mientras rebuscaba su cartera.

   —Digo, no es que me importe, pero tenia una tía que fumaba como chacuaco y aunque le diagnosticaron cáncer y le hicieron la quimio, cargaba a todos lados con un tanque de oxígeno, se aferraba a no dejar el cigarro. Murió hace dos años y pues fue algo muy feo para la familia.

   Doroteo no entendía a que venía todo aquello solo por el estúpido gorro. Dejo el billete sobre el mostrador y comenzó a acercarse las cosas.

   —Entiendo, el cigarro es peor de los vicios ¿no cree? — Le arrebato la cajetilla de la mano y se la guardo en el pantalón.

   —Pues si y no quiero ser culpable de no frenar a alguien en un estado avanzado de cáncer.

   —Pues yo no cargo con un tanque, aún. Quizás en algún momento, pero no ahora, se lo puedo asegurar.

   La mujer torció la boca y tomo el billete de quinientos para poderse cobrar. Le regreso la feria y Doroteo tomo todas las cosas, justo antes de mirar al monitor que estaba casi a sus espaldas, donde se mostraban imágenes de las cámaras de circuito cerrado que había en la tienda. Salió rápido del lugar y sin voltear atrás.

   Llego hasta la camioneta y arrojo las cosas en el asiento corrido. Llego a su cabeza que había olvidado comprar un teléfono de prepago. Se quedo parado observando las maletas que estaban en el piso de la camioneta y regreso la mirada hacia la tienda. Sintió desesperación y su pierna izquierda comenzó a temblar. Cerró la puerta de golpe y regreso dentro. La mujer aún estaba tras el mostrador, tecleando algo frente al monitor.

   —¿Se arrepintió? — Dijo ella al verlo entrar.

   —¿Perdón?

   —Que si se arrepintió de los cigarros.

   —Nada de eso, lo que pasa es que he olvidado algo ¿Tienes teléfonos prepago?

   La mujer señalo con uno de sus dedos regordetes hacia abajo del mostrador.

   —Solo tengo de esos, no son de lo mejor, pero te puedes conectar a Facebook y Twitter.

   —Quiero de los mas básicos, solo para hacer llamadas.

   La mujer camino hasta salir del mostrador y tomo un aro grande que contenía lo que a Doroteo le parecieron mas de cincuenta llaves. Le vino a la mente que se trataba de un velador de alguna cárcel. Ella llego hasta donde estaba él y se puso en cuclillas, agito las llaves y las dejo caer al piso. Una llave con una liga verde que la contorneaba, se separo del resto.

   —Siempre funciona. —dijo pesadamente, mientras tomaba la llave y abría el candado en el cristal. Extendió su brazo lo mas que pudo y tomo una pequeña caja. Senwa, decía en lo alto y bajo esa palabra, la fotografía de un celular negro con teclas, muy parecido a los Nokia antiguos.

   —Este es el mas barato que tengo, cuesta trecientos cuarenta pesos y trae doscientos de saldo.

   —Me lo llevo.

   La mujer se levanto del piso, no sin antes cerrar con llave la vitrina. Regreso hasta detrás de la caja y le cobro.

   —Lo único que tienes que hacer es prenderlo y marcar, ya está list…

   Doroteo había salido del lugar, sin siquiera recoger su cambio.

 

   Regreso hasta la camioneta y la encendió, se saco del bolsillo de la camisa un papel doblado que tenía un numero anotado. Saco el aparato de la caja y retiro un sticker que cubría la pantalla. Al prenderlo, salió una imagen bastante pobre de Telcel, cuando apareció el dibujo de la antena con un 3G en la parte alta de la diminuta pantalla, emitió un sonido que indicaba que ya tenía señal. Marco el número del papel, después de tres tonos, alguien le contesto.

   —Está hecho. —Dijo Doroteo apenas escucho una voz.

   —No pensé que tendrías los huevos. —dijo el hombre que le había contestado.

   —Necesito que me saques del país.

   —Claro, claro, en eso habíamos quedado Teo ¿Tienes el dinero?

   —Uno de los grandes.

   —Perfecto, pues como habíamos quedado, yo solo te cobro cincuenta mil pesos y con eso te aseguro que te saco de acá. Ahora mismo estoy en Chihuahua, te veo en Ojinaga, ahí es donde está mi contacto que te va a ayudar a brincar al otro lado. ¿Dónde estás ahorita?

   Doroteo volteo en todas direcciones y no supo darle una ubicación exacta.

   —Estoy en una gasolinera en la carretera a Torreón.

   —Vas a tardar por lo menos unas nueve horas mas en estar ahí, ¿crees tener el tiempo suficiente?

   —Pues si todo sale como se supone, encontraran el cuerpo hasta mañana.

   —¿Cuerpo? A ver Teo, ¿me estás diciendo que lo mataste? — el hombre resoplo.

   —Pues no era la idea, pero se complicaron un poco las cosas y se me fue un tiro.

   —No Teo, no va a ser tan sencillo, el hombre que te tronaste era la conexión de varios contactos poderosos dentro del cartel. Solo tenías que extorsionarlo, tomar el dinero y salir corriendo, estúpido. Cuando se sepa que alguien lo mato, cuando se vuelva noticia, empezaran a buscarte. No hablo de los federales, esos son unos pendejos, me refiero a que la gente del cartel querrá saber quién se llevó su dinero.

   Doroteo guardo silencio, mientras pensaba que en una de las maletas cargaba con mas cincuenta kilos de cocaína. No lo menciono.

   —Entonces dime si no vas a poder.

   —Por esos cincuenta, ni pensarlo, súbele otros cien y te llevo hasta Europa si quieres. Solo una cosa Teo, necesito que le pises lo mas que puedas al coche. No conduzcas por la autopista, llega hasta Torreón, pero no te metas a la ciudad, vete por el periférico, antes de llegar a Gomez, veras un anuncio que dirá rancho los conejillos, márcame de vuelta cuando estes ahí ¿Entendiste?

   —Si. — Contesto serio Doroteo.

   —Y escucha Teo, en serio, después de Torreón no tomes carreteras federales, hay un reten que están haciendo los del cartel y esos no te preguntan si puedes bajarte del coche, tu sabes muy bien como son las cosas con ellos.

   Realmente Doroteo no lo sabia.

   —De acuerdo, te marco cuando este en ese rancho.

   Presiono el botón para finalizar la llamada y coloco el teléfono por entre las latas de cerveza. Puso la reversa y se reincorporo a la carretera. Quedaban bastantes horas de camino aún.

   La persona con la que Doroteo había hablado, se trata de Wilfredo Ontiveros, un amigo que conocía desde la adolescencia. Ambos estudiaron juntos en la preparatoria, pero antes de pasar a la universidad, Wilfredo se mudó a vivir a Sonora porque sus padres estaban en busca del sueño americano. Sueño que no pudieron cumplir. El padre de Wilfredo murió en medio del desierto de Sonora como tantos indocumentados. Wilfredo y su madre siguieron adelante hasta llegar a Estados Unidos y después de una semana fueron deportados y traídos de vuelta a Tijuana, donde se quedaron a vivir en las miles de casas cercanas a la frontera, que están llenas de posesionarios a la espera de volverlo a intentar. Wilfredo nunca supero la muerte de su padre. Cuando tuvo la edad suficiente, comenzó a dedicarse a cruzar gente, de ahí el apodo con el que la mayoría de la gente lo conocía, como Willy Coyote, igual que la caricatura.

   Doroteo no había perdido contacto con él, si bien, no le gustaban las redes sociales, siempre le mandaba mensajes de SMS o si tenia oportunidad le llamaba para ver como se encontraba. Doroteo por su parte, no pudo pagarse la universidad, pero como su padre se dedicaba a la jardinería desde siempre, no tuvo mas que seguir en el negocio de la familia. Y cuando sus padres murieron, el se quedo al frente del negocio. No tenia hermanos, ni tíos, solo era él.

   Hacia un par de años atrás, había comenzado a trabajar en una casa bastante grande en San Pedro Garza Garcia, para un político. Persona que se dedicaba a cada fin de semana a tener reuniones en su inmensa casa y por la que Doroteo tenia que trabajar arduamente para mantener sus jardines en perfecto estado. Al principio le había resultado bastante bien, Doroteo tenia a dos muchachos que le ayudaban y él les pagaba lo suficiente para vivir, pero después de la pandemia por COVID, todo se le vino abajo y no tuvo otra opción más que despedir a los trabajadores. Así que ahora solo él tenía que mantener el negocio, las deudas lo estaban empezando a consumir.

   En varias ocasiones y por descuidos de su patrón, Doroteo había presenciado como aquel hombre, de reputación impecable y con tres hijos por familia y una hermosa esposa, cada dos o tres viernes, le pedía a su personal que se retiraran a sus hogares cuando su familia no estaba y así poder meter hombres con los que practicaba sexo de diversas formas. Doroteo al no saber, llegaba y se ponía a trabajar, pero por las ventanas llego a ver como aquel hombre le gustaba ser amarrado para después dejarse penetrar. Al platicarlo con Wilfredo para poder así reírse ambos de aquella situación, fue este ultimo que le dio la idea. Wilfredo decía conocerlo, al menos de vista, pues había estado como intermediario en algunos tratos para ayudar a personas del cartel, a cruzar droga a Estados Unidos. Wilfredo solo se había encargado de marcarles la mejor ruta, de acuerdo a fechas y horas y de paso, saco una buena tajada por aquella información. Así que cuando Doroteo le conto lo que él había visto, le plateo el grabarlo para así poderlo extorsionar. La idea era mencionarle que difundirían aquellos videos y así sacar un buen pastón de billetes.

   Doroteo no tenia un buen celular, sin embargo, pudo conseguir uno a buen precio en una casa de empeño. Lo grabo en tres distintas ocasiones, asegurándose siempre, que pudiera verse el rostro del hombre. Cuando tuvo el material, extrajo la memoria y con la ayuda de un dependiente bastante joven y flacucho, copio los videos en un disco en un ciber café de por su casa. El lunes siguiente se presento en la casa de aquel hombre y se paro frente a él, le entrego el disco en sus manos y le susurro. —Tengo muchas copias de estas, tu me dices cuanto puede costar mi silencio— y se retiró. Cerca del viernes, el hombre lo llamo al teléfono de su local. —Creo que tengo un monto que te puede interesar, ven mañana, la puerta principal estará abierta y lo discutimos— dijo antes de cortar la llamada. Doroteo sabia que se trataba de él. Inicialmente la idea era pedirle doscientos mil pesos y luego con ese dinero irse a Estados Unidos, pedirle a Wilfredo que le ayudara a cruzar y ocultarse en Los Ángeles, donde pudiera seguir trabajando de jardinero, pero con el suficiente dinero en la bolsa y lo más importante, sin deudas.

   Se presento el viernes y el hombre lo esperaba sentado en su sala, no había nadie mas en la casa. Doroteo pensó que se trataba de un viernes más, donde llegaría un hombre a complacer los deseos sexuales del político. No era así.

   El hombre llevaba puesta una bata de seda color negro, tenia la pierna cruzada y una copa de vino. De fondo se escuchaba música de piano que Doroteo podía jurar conocer de algún lado, pero como no era mucho de esa música, no supo de donde la conocía. —Toma asiento— le dijo. Doroteo se quedo de pie en la puerta con sus tijeras de jardinero en el bolsillo trasero y solo se limito a agitar la cabeza.

   —¿Cuánto es lo que ofrece? — pregunto tajante.

   —Mira muchacho, yo creo que te estas confundiendo si crees que alguien como tu puede venir a amenazarme así y salirse con la suya.

   —Yo no soy el que esta confundido. —Se rio, pensando en la homosexualidad del hombre.

   —No estoy bromeando.

   —Yo tampoco, quiero una cifra o mañana esos videos llegan a la televisión y se le cae el teatrito.

   El hombre sonrió mientras cambiaba una pierna cruzada, por la otra.

   —No me estas entendiendo —dio un trago a su copa— ves las bolsas que están ahí sobre esa mesa.

   Dijo señalando las dos mochilas grandes que ahora traía consigo en la camioneta.

   —Esas dos maletas contienen una cantidad en dinero, que no veras entre tus manos jamás en tu vida.

   Se equivocaba.

   —Si algo he aprendido en esta vida, tu… ¿Cómo te llamas?

   —Doroteo. —Contesto molesto.

   —Que horrible nombre, en fin, si algo he aprendido Doroteo, es que la gente como tú, jamás se llena de recibir dinero y siempre quieren más y más, pero ese no es el problema, el problema es que piensan que siempre se obtiene de manera fácil, y no es así mi amigo.

   Doroteo sentía una especie de arrepentimiento, quería salir volando del lugar, o regresar en el tiempo y que nada de aquello hubiera pasado. No era posible.

   —Entonces que se entere tu esposa, me da igual.

   Contesto Doroteo casi de manera mecánica.

   —¿Tu crees que mi esposa no lo sabe? —Aquella era una pregunta retórica. — claro que lo sabe estúpido, no te das cuenta que cada dos viernes se va a casa de su madre con todo y los niños, ella sabe lo que me gusta y mis deseos, pero no chista ni una puta palabra porque le gusta vivir bien, le gusta el dinero, como a ti y como a mí, amigo mío. Ella prefiere hacer oídos sordos y fingir que no sucede nada de lo que pasa los viernes después de las dos de la tarde hasta el sábado a las ocho de la noche, que es cuando regresa.

   —Bien, pues entonces no tengo nada que hacer aquí. — Doroteo se dio la media vuelta y abrió la puerta.

   —No, no, no mi amigo —dijo mientras sonreía el hombre— me cierras esa puerta y ahora enfrentas las consecuencias de tu pendejo plan.

   Doroteo volvió la mirada solo para encontrarse con el cañón del arma con el que le apuntaba desde el sillón y que probablemente había tenida oculta por el antebrazo del mismo. Doroteo cerró la puerta y pego la espalda a ella.

   —Mire, señor Compean —le vino a la cabeza solo su apellido— que le parece si mejor yo borro las copias, me retiro de aquí y no me volverá a ver jamás en su vida.

   —Eso hubiera estado bien hoy por la mañana cuando te despertaste idiota, pero ya no. Como te dije, si algo he aprendido es que la gente como tú no entiende, siempre quieren más y luego más. La mejor manera de que entiendan, es pagarles con la misma moneda y hoy te voy a enseñar a respetar tus limites, ven aquí.

   Le dijo agitando el arma en dirección a él. Doroteo sentía las piernas tan pesadas como bloques de concreto. Arrastro los pies hasta ponerse casi frente a él. Pensaba que no se atrevería a matarlo, no en aquel lugar tan bonito, en medio de una sala que costaba probablemente mas dinero que el que había en la bolsa.

   —Híncate.

   Le indico mientras se abría de piernas, dejando ver su pene arrugado y flácido.

   —Espero que sepas hacer una buena mamada, mejor que la pendejada de plan que quisiste hacer y no te hagas el listo, porque no tengo problema con meterte una bala en la cabeza.

   Coloco el arma en la mollera de Doroteo y se la encajo para empujarlo hacia abajo. Cuando estaba a punto de llegar a su entrepierna, Doroteo sintió que le hervía la sangre. Apretó los puños y sin pensarlo, tomo sus tijeras y le pego justo en la sien con el mango de las mismas. La pistola trono, Doroteo pudo escuchar la bala rozándole la oreja aturdiéndolo para que luego un pitido lo dejara parcialmente sordo. Se abalanzo sobre el hombre semidesnudo y ambos se fueron de espaldas junto con el sillón hasta el suelo.

   —Maldito marica de mierda. —Le gritaba Doroteo mientras lo apabullaba a golpes la cabeza.

   El hombre se defendía metiendo las manos. El arma había salido volando, yendo a parar bajo una mesa de noche color caoba que tenía una lampara con forma de florero.

   —Hijo de puta, deja que me ponga en pie y te va llevar la chingada, no sabes con quien te metiste cabron, no sabes quién soy.

   En eso tenia razón. Aun así, el hombre se rodó sobre sí mismo y Doroteo cayo de lado. El hombre se puso en pie más rápido de lo que le permitía su edad y tomo la botella de vino de la que se había estado sirviendo, la arrojo a la cabeza de Doroteo, pero este la alcanzo a esquivar. Doroteo extendió la mano para alcanzar el arma. El hombre le piso el estómago sacándole el aire para ahora abalanzarse sobre él e intentar golpearlo y evitar que alcanzara el arma, pero fue demasiado tarde. Doroteo tomo la pistola con los dedos y luego la apretó para empuñarla contra el hombre. No quería disparar, solo quería asustarlo, pero él jamás había tenido una pistola entre sus manos, apretó de más. La bala atravesó la cabeza del hombre, dejando un agujero en su frente, se desplomo sobre las piernas de Doroteo y unas manchas de sangre se impregnaron en sus jeans. Doroteo se arrastró hacia atrás y la cabeza del hombre pego en el suelo, para rápidamente rodearse de un charco de sangre roja y espesa, en donde flotaban algunos cuajos, que Doroteo pensó se trataban de pedazos de sesos.

   Se puso en pie, miro en todas direcciones, se asomaba por las ventanas buscando si alguien hubiese escuchado algo. Las piernas le flaqueaban y sentía una pesades en el estómago. Su corazón palpitaba más rápido que nunca en toda su vida. Sentía que le faltaba el aire. En su cabeza todo aquello tenia que ser una pesadilla. No lo era. Recogió sus tijeras, que tras el empujón debieron averse quedado encajadas en el sillón. Corrió hasta las maletas y las abrió. Una contenía fajos de billetes de mil pesos, la otra, unos paquetes envueltos en cinta canela y uno de ellos con un agujero que dejaba ver que se trataba de polvo blanco. Hecho sus tijeras y el arma en una de ellas y salió al pórtico, donde había dejado el azadón y una maleta con otras herramientas de jardinería. Corrió hasta su camioneta y aventó sus cosas en la caja, lo demás lo puso adelante. Salió despavorido del lugar y no se detuvo hasta aquella gasolinera.

   Ahora el sol comenzaba a menguar. Las luces amarillentas de su camioneta, le mostraban el letrero que Wilfredo le había mencionado. El celular que había comprado marcaba las seis y media de la tarde. La batería estaba quizás en un cuarenta por ciento, aunque no le preocupaba, normalmente a esos aparatos les pude durar una sola carga varias semanas. La señal era media, con dos barritas dibujadas en la pequeña antena de la pantalla. Marco a su amigo.

   —Ya estoy aquí ¿ahora qué?

   —Venias como rayo ¿no? —Wilfredo soltó una carcajada que a Doroteo no le cayó en bien.

   —¿Me meto por aquí?

   Doroteo vio que después de aquel letrero, había una especie de salida de un camino de terracería que estaba contorneado por una valla hecha a mano, con palos de árbol y alambre de púas y que parecía que en cualquier momento se vendrían abajo.

   —Tranquilo Teo, no quería ofenderte, pensé que después de varias horas manejando ya se te abría bajado el susto.

   —No importa.

   —Bueno, pues sí. Te vas a meter a tu derecha, es un camino sin pavimentar, ten cuidado, hay muchos pozos por ahí. Mas adelante veras una pequeña casita, ese es el rancho los conejillos, pero no te detengas, sigue por el camino hasta cuando veas que empieza una zona pavimentada. Digo, no es la carretera mas plana del mundo, pero es la que usan para conectar entre varios ejidos, normalmente esta sola. Si lo haces bien y no das ninguna vuelta rara, deberías llegar a un entronque, de ahí das vuelta a tu derecha y deberías estar llegando a Ojinaga en un par de horas. ¿Quedo claro?

   —Si.

   —Bien, pues te veo allá. —hizo una pausa y Doroteo pudo escuchar como su amigo agito su reloj de pulso— Son las seis y media, deberías estar llegando como a las ocho pasadas. Como quiera, cualquier cosa, vuelve a llamarme, pero no deberías tener problemas.

   —De acuerdo.

   Puso en marcha de nuevo la camioneta, se metió por aquel camino rural y una nube de polvo le salto al capote. En la caja, rebotaban sus herramientas de lado a lado haciendo un golpeteo metálico tras cada pozo por el que pasaba. El sol se comenzaba a esconder a lo lejos y la masa de nubes que ya no eran blancas, sino grisáceas con tonalidades que iban desde el amarillo hasta el naranja, se aproximaban en su dirección.

   Paso por la casa que había mencionado Wilfredo, se trataba de un hogar, que, aunque humilde, era bastante amplio. Doroteo pudo ver un corral de gallinas y un perro le ladro enérgicamente cuando lo escucho aproximarse. No se detuvo. Llego hasta donde una masa negra se extendía por el piso a manera de brea, se trataba de aquella carretera improvisada. Apenas la subió, pudo sentir como si su camioneta dirá un respiro de alivio. Sobre aquella carretera, pudo ver a lo lejos una farola encendida, se trataba de un poste viejo de luz mercurial, que se sostenía pesadamente inclinada hacia adelante y tras ella otra pequeña casa. Después de sortear varios baches enormes y varios postes de luz más. Llego hasta el entronque. Hacia el frente, el camino se perdía en una inmensa oscuridad y hacia la izquierda, podía divisar muy a lo lejos un cumulo de luces, con algunas de ellas centellantes en color verde y rojo. Pensó que se trataba de alguna caseta de cobro para entrar a Gómez Palacio, Durango. A la derecha, el camino seguía de igual manera hacia la oscuridad, pero volvía a ser un camino sin pavimentar, con tierra por todos lados, pero esta vez, sin la valla de púas. —Mierda— pensó y se dirigió en esa dirección.

   Después de quince minutos, estaba rodeado de oscuridad absoluta, el entronque había quedado muy a lo lejos y el frio había comenzado a sentirse. Se detuvo un momento y subió las ventanillas de la camioneta, se volvió a colocar el gorro que durante el camino a Torreón se había quitado, se apeo y jalo el respaldo del asiento hacia adelante y de ahí saco una chamarra de mezclilla aborregada en su interior. Ya solo le quedaba una de las doce cervezas, las había bebido en parte por el calor infernal, pero la realidad es que tenia la intensión de alcoholizarse para pasar el trago amargo de lo que había pasado. Se puso la chamarra y se estiro dentro de la camioneta para alcanzar la lata y la cajetilla de cigarros. Mientras se encendía uno, pensó en la mujer de la tienda y en el cáncer. Sonrió. Dio una bocanada y antes de soltar el humo, abrió la última lata. La puerta de la camioneta seguía abierta, pero el se paro a ver el paisaje penumbroso, que ahora comenzaba a ver en detalle, salvo algunas sombras pequeñas que se movían entre los arbustos. Doroteo pensó que se trataba de conejos o bien, de perritos de pradera. De pronto, el cielo trono como si se estuviera rompiendo, un relámpago ilumino las nubes, haciendo que se contornearan de azul. El trueno estremeció a Doroteo. —Lo que me faltaba, lluvia en medio de la nada.  — y dio un segundo trago a la cerveza, esta vez mas profundo, al punto que un hilillo del liquido se le derramo por la comisura de la boca.

   Se subió a la camioneta y dio vuelta a la llave. Las luces delanteras parpadearon y la marcha se arrastro pesadamente. —Vamos— murmuro. —No ahora por favor— y volvió a hacer el intento por encenderla. De nuevo nada. Dio un golpe al volante. —¿Y ahora que mierda voy a hacer? — Se quedo contemplando hacia adelante. Tomo el celular, la antena ahora mostraba una barra menos. Marco de nuevo a su amigo.

   —¿Y ahora que Teo?

   —Me quede sin batería.

   —¿Cómo mierdas te quedas sin batería mientras manejas?

   —Me detuve un momento y no apague las luces, cuando me subí, ya no quiso encender.

   —Mándame tu ubicación.

   —No tengo idea de cómo hacer eso.

   —¿Y como te voy a encontrar?

   —Estoy como a quince o veinte minutos del entronque, quizás un poco más.

   Se hizo un silencio.

   —No debes estar tan lejos, unos veinte minutos quizás. Si me esperas, estoy contigo como en cuarenta y cinco minutos y ya vemos si dejas ahí la camioneta o la encendemos.

   —No es que tenga muchas opciones o que vaya a irme a algún lugar, estoy en medio de la nada.

   Dijo al tiempo que soltó una risa irónica.

   —Bueno, creo que ya andamos de mejor humor.

   —No es eso, de verdad ya estoy fastidiado de tanta carretera y además creo que ya estoy borracho.

   —Ja, eres toda una ficha Teo, primero matas un cabron, luego se te ocurre empedarte en terreno federal y ahora hasta haces chistes.

   —Apúrate ¿quieres?

   —Lo que ordene el patrón, tú eres quien paga.

   Apenas colgó, las primeras gotas de lluvia comenzaron a golpear el techo de la camioneta y el vidrio delantero. —Genial— Justo dijo esas palabras paso a dar un respingo cuando la radio se encendió sola. Era una camioneta vieja y desde que la había comprado, el radio original nunca funciono, incluso la perilla del volumen estaba rota y solo tenia la perilla con la que buscaría la estación de radio, pero incluso esa Doroteo creía que no funcionaba. Solo se escuchaba estática y como si se intentara sintonizar algo, se escuchaban voces de locutores, una canción vieja de los rancheritos del topo chico, luego algo que sonaba como a la narración de un partido, más estática y finalmente una canción llamada Midnight the stars and you, una canción que Doroteo conocía, porque siempre había sido fanático de las películas de terror y había una que le gustaba mucho, donde un hombre con un hacha perseguía a su hijo y su esposa por un hotel. En una escena, el hombre pasando por un delirio, entra al bar del hotel y lo ve lleno, aunque se supone no había nadie más que él y su familia. En esa escena sonaba esa canción y le gustaba tanto, al punto a que a veces, mientras trabajaba en las plantas, la tarareaba, aunque realmente nunca supo pronunciar la letra. Intento apagar el radio, pero ningún botón funciono, retiro la llave, pero, aun así, el pequeño foco dentro de la arcaica pantalla del radio, seguía mostrando la aguja naranja que señalaba un punto entre el 100 y el 120. El volumen comenzó a subirse solo, la canción le gustaba, si, pero no ha esos niveles. No le quedo otra mas que abrir la puerta y bajarse. Se tapo la cabeza, levantando la chamarra por encima de sus hombros, pero sin quitársela. Un rayo cayo a lo lejos, sobre un árbol seco que rápidamente se incendió, Doroteo lo vio envolverse en llamas, entrecerrando los ojos por las fuertes gotas. Aquello era por demás extraño. El radio se apagó de pronto. Doroteo jalo la palanca que abría el capó, camino hasta el frente y desconecto uno de los cables de la batería. —No quiero más sorpresas— murmuro para sí, mientras volvía dentro de la camioneta molesto. Necesitaba resguardarse de la intensa lluvia. Tras el cristal de la ventana, veía aquel árbol con su silueta negra, que asemejaban a garras de uñas largas, envuelto en un halo naranja de fuego. Desde dentro, aquel árbol parecía estar más cerca ahora. —Pero los árboles no caminan, ni se mueven. —La idea de rondaba en la cabeza y es que eso no era lo único raro que sucedía, si no que la lluvia parecía simplemente no apagarlo. Pensó que quizás todo aquello era una alucinación, producto del estrés bajo el que se encontraba.

   Nunca había matado a nadie y quizás su cuerpo estaba respondiendo a aquello, haciéndolo tener alucinaciones. Sintió pena por si mismo, porque aquel hombre lo había convertido casi sin querer, en un asesino. Pero al mismo tiempo, no pudo evitar recordar en lo que estuvo a punto de obligarlo a hacer y se volvió a llenar de rabia, tanto, que golpeo con la palma de la mano el volante. Doroteo recordaba que por el año 2005, había leído una noticia titulada “Cae El Matajotos” un término que en su momento le había aparecido gracioso, luego de leerlo en la parte alta de un periódico amarillista. La nota hablaba sobre la captura de un hombre de entre veinticinco y treinta años, que había sido perseguido por las autoridades desde 1995, según las pesquisas mencionadas, el hombre se dedicaba a conquistar hombres de mas o menos su edad, para luego llevarlos a terrenos despoblados, con la promesa de tener relaciones sodomitas. Sin embargo, el hombre terminaba asesinando a quienes se había elegido como su presa, abriéndolos por la mitad y en ocasiones, canibalizando sus cuerpos. No recordaba mucho el detalle, pero ahora, en este punto, Doroteo se sentía así. Solo que él, no había comido ninguna parte de él. Incluso seguía sintiendo náuseas. Tampoco lo había matado por ser homosexual, lo había matado en defensa propia. Esto ultimo se lo había comenzado a repetir varias veces, intentando calmar la culpa.

   Puso las maletas en el piso de la camioneta, se recostó en el sillón, para intentar alcanzar a abrir una de ellas y sacar de ahí las tijeras y la pistola. Aventó las tijeras por debajo del sillón y el arma la coloco al margen del mismo para tener acceso rápido a ella. Se sentía cansado. La espalda le estaba matando, junto con la nunca, donde sentía como si dos bolas de plomo se le hubieran adherido a la piel. La mano con la que le había disparado, le había comenzado a doler desde la muñeca.

   Se acomodo, poniendo su mirada hacia el techo de la camioneta y descanso su antebrazo derecho sobre sus ojos. El agua seguía cayendo tan fuerte, que en el parabrisas se dibujaban pequeñas olas descendientes. Casi sin darse cuenta, se quedó dormido.

   Veinte minutos después, —lo que a Doroteo le pareció casi dos horas— Algo golpeo fuerte a su ventana. Doroteo abrió los ojos y lo primero que vio fue que el agua había cesado. Pero la cabina entera estaba empañada, mostrando los vidrios con una capa blanquecina. De nuevo escucho un golpe en dirección a sus pies. Levanto un poco la cabeza, pensó que se trataba de Wilfredo. No era así. Vio un rostro alargado, parecido al de un reptil gigante. Se reincorporo de un salto, no sin antes tomar el arma. Cuando puso su mirada de nuevo en la ventana, se dio cuenta que solo se trataba de la silueta de un hombre. Bajo un poco el vidrio, lo suficiente para ver la frente del hombre.

   —¿Quién es?

   —¿Ocupas ayuda con tu coche amigo?  

   —No, no te preocupes, ya no tardan en llegar por mí.

   —Baja el vidrio, quizás te pueda ayudar.

   —No gracias, de verdad ya no tardan en llegar a ayudarme.

   —Lo dudo mucho amigo, por aquí casi no pasan coches.

   —Si…eso ya lo noté.

   —¿Qué andas haciendo para acá?

   —Es una ruta que tomo a menudo, solo que hoy no fue mi día de suerte.

   —Bueno, si no confías en mí, igual solo abre el capó, puedo echar un vistazo.

   Doroteo pensó en que igual tenia el arma si algo salía mal, pero que ahí dentro, era una presa más fácil si trataban de asaltarlo, sin siquiera tener oportunidad de correr o incluso defenderse. Jalo de nuevo la palanca.

   —Bien. —Dijo la voz del hombre, mientras Doroteo vio su silueta desplazarse hasta el frente.

   —Hasta donde sé, es la batería. La desconecte para evitar que se terminara de descargar.

   Le comento, mientras abría la puerta despacio, para que no se diera cuenta. Se bajo empuñando la pistola, pero con el cañón viendo hacia el suelo. Noto que el cielo se había despejado por completo, mostrando una luna blanca y enorme a lo lejos y que fungía como un enorme reflector en la noche. Las estrellas se veían aún más cerca de lo habitual a lo que uno está acostumbrado en la ciudad y el frio se había vuelto aún más intenso. Camino tres, quizás cuatro pasos, hasta que estuvo casi frente a el hombre. Por la misma oscuridad, no distinguía bien sus rasgos, pero pudo ver que el hombre era bastante alto, casi los dos metros de altura. Doroteo no era bajo, pero no se consideraba alto a si mismo con su metro ochenta.

   —Si dices que es la batería entonces no hay mucho que yo pueda hacer.

   El hombre cerro el capo de golpe. Doroteo levanto el arma hasta que el cañón apuntara a donde estaba su cara.

   —Tranquilo amigo, no te queremos hacer nada. —dijo levantando ambas manos.

   —¿Queremos?

   —Si, mi hermano y yo.

   Un segundo hombre que no había visto, se encontraba parado al otro lado de la camioneta. Ambos tenían una cabellera rubia, casi blanca, peinada hacia atrás y eran igual de altos.

   —¿Son solo ustedes dos?

   —Si, si, tranquilo.

   —¿Qué hacen por aquí?

   —Eso fue lo que yo te pregunte a ti.

   —Si, pero ahora soy yo quien hace las preguntas.

   —Somos pueblerinos vivimos en esa casa.

   Unos cincuenta metros mas adelante, sobre el mismo camino, había una lampara mercurial, bajo el halo de la luz se veía una entrada adornada con un marco de madera y tras de ella, una casa. Doroteo sabia perfectamente que aquella casa no estaba ahí cuando se detuvo, no recordaba haberla visto. Se engaño a si mismo repitiéndose que quizás la lluvia, la fatiga del camino o quizás el hecho de haberse quedado dormido, lo habían engañado.

   —Baja el arma, amigo. —dijo el segundo hombre.

   Doroteo titubeo sin dejar de mirar la casa y bajo el arma hasta colocarla por su espalda, enganchándola en su pantalón.

   —Te parece si nos acompañas a nuestra casa, tenemos café caliente.

   —Como ya te dije, ya viene la ayuda en camino.

   —Si entiendo, pero por lo que se, puede que tarden un buen tiempo y no te vamos a dejar aquí a la intemperie con este frio.

   Doroteo lo pensó, el frio le subía por la piernas y realmente no sabia que tanto tiempo tardaría Wilfredo en llegar hasta ahí. Regreso dentro de la cabina y jalo la maleta con el dinero, que era lo que a él le importaba, se la colgó a la espalda, tomo el celular y dio el portazo.

   —La verdad, no tengo nada mejor que hacer y si necesito un café.

   Los tres se pusieron en marcha por aquel camino oscuro. Tenia la mano puesta sobre el mango de la pistola, mientras ellos caminaban dos pasos por delante de él. Al llegar bajo el halo de la luz, se dio cuenta que el marco tenia una especie de reja. Uno de ellos la empujo y los tres pudieron seguir hasta la puerta de la casa.

   —¿Cuál es tu nombre? —pregunto el otro.

   —Pedro. — mintió. —

   —¿De verdad pensabas dispararnos Pedro? — dijo el mismo.

   —En estos tiempos ya no se sabe, no se puede confiar en nadie.

   La puerta de la casa se abrió y los tres entraron a una pequeña sala. El ambiente olía a como a madera húmeda, las paredes eran como de adobe y el piso era de concreto pulido.

   —Debe ser por la lluvia— murmuro Doroteo.

   —¿Cómo dices? — pregunto el hombre con el que había entablado más conversación.

   —Que ustedes no me han dicho sus nombres.

   —Es verdad, una disculpa, es que con lo del coche y el susto de tu pistola, em, como sea, mi nombre Roberto y este muchachote serio es mi hermano Xavier.

   —Si, lo siento, pero es que ni si quiera se donde estoy y pues en medio de la carretera y después de la lluvia y ese árbol.

   —¿Lluvia? ¿Cuál lluvia? —pregunto extrañado el hombre que había dicho llamarse Roberto.

   —La tormenta de hace rato, la que parecía como si el cielo se cayera a pedazos.

   El hombre lo miro como si no entendiera de lo que hablaba. El otro se había zambullido por una puerta a la izquierda. De aquella sala.

   —Mi hermano y yo hemos venido a pie y no nos toco ni una sola gota y ¿de qué árbol hablas?

   —¿En serio ni una gota? Debí quedarme dormido mucho tiempo. Lo que pasa es que justo cuando la camioneta ya no quiso encender, se soltó una lluvia muy intensa —hizo una pausa recordando lo sucedido con la radio, pero no quiso mencionarlo para no parecer un idiota— y hacia el monte cayo un rayo, que prendió en fuego un árbol seco.

   Justo en ese momento regreso el otro hombre, traía consigo una bandeja con forma de corcholata y que tenía impresa la palabra Coca-Cola en el fondo de la misma. En ella traía tres tazas, un recipiente con lo que parecía azúcar y un bote grande de café soluble.

   —Debiste haberlo soñado, no ha llovido en meses por acá. —dijo mientras dejaba la bandeja sobre una pequeña mesa de centro.

   —Siéntate. —inquirió Roberto.

   Doroteo quien se había quedado al ras de la puerta, camino hasta la sala y se sentó en un sofá bastante desvencijado.

   —Solo será una taza, la verdad es que mi amigo ya no debe tardar, pero este frio me está matando.

   —Si lo entiendo. En esta temporada el frio del desierto puede sentirse bastante duro.

   —¿Saben a qué altura estamos?

   —¿A qué te refieres?

   —Me refiero a que en que lugar estamos, necesito llegar a Chihuahua y necesito que sea esta misma noche.

   Los hombres se voltearon a ver mutuamente.

   —Si vas hasta la capital amigo, te falta bastante camino, estamos como a seis horas, en un lugar llamado el Vértice de Trino ¿lo conoces?

   Doroteo agito negó con la cabeza, mientras tomaba su taza con ambas manos para intentar calentárselas.

   —¿Porque te viniste por acá? andas muy lejos de la carretera.

   —Bueno, es que no voy a la capital, voy hacia un pueblo llamada Ojinaga.

   —Están casi a la misma distancia de aquí, pero aun así creo que te hubiera resultado mejor irte por la carretera. —Espeto Xavier.

   —Si, ahora lo entiendo —Se puso en pie sin soltar su maleta. —la verdad pensé que acortaría camino si me venía por acá. Disculpen, ¿me pueden prestar su baño?

   —Claro, ves la puerta color negro, es la de enseguida. —dijo Roberto señalando hacia el fondo.

   —Puedes dejar aquí tu maleta, no le pasara nada — Dijo Xavier.

   —Prefiero no, en ella traigo varios documentos importantes para hacer una exportación a estados unidos y si los pierdo, me mataran en la aduana.

   —No sabía que Ojinaga lo usaran para paso aduanal de manera comercial, pensé que solo servía para la gente misma del pueblo.

   —Si, hay algunos productos que pasamos por ahí. —volvió a mentir Doroteo.

   Camino hasta el baño. Al entrar, lo esperaba un pequeño cuarto pintado de color menta. La tasa de veía nueva y muy limpia, mientras que en la regadera colgaba una cortina amarilla que dividía ambos espacios. Su estómago estaba a punto de reventarle, orino las doce cervezas y quizás un poco de aquella taza de café. Tiro de la cadena y se enjuago la cara en un lavabo que tenia por encima un espejo roto. Se miro al espejo, su mirada se veía cansada y profunda. No podía sacarse de la cabeza la imagen de aquel hombre al que apenas hacia medio día le había arrebatado la vida. Respiro profundamente, apretó los ojos y se vio una última vez al espejo. Cuando iba a tomar el pomo de la puerta, escucho un murmullo. Se trataba de aquellos hombres. Estaban hablando entre ellos, pero no lograba entender lo que decían. Abrió un poco la puerta, para dejar entrar el sonido y contuvo la respiración para intentar tener silencio absoluto. Los hombres seguían sentados en la sala y parecían estar hablando en otro idioma. Sabia que no era inglés, porque, aunque él no lo hablara, por las películas si lo reconocía. No era alemán, ni francés o italiano. Era como una mezcla entre palabras irreconocibles con un siseo y sonidos cacofónicos. Apago la luz del baño para que no se dieran cuenta que la puerta estaba entreabierta y se quedo observándolos. De pronto, uno de ellos se puso en pie. Su cara se veía deforme, casi con la forma con la que lo había visto a través del vidrio de la camioneta. No estaba seguro, pero desde su posición, podía jurar que los ojos de aquel hombre tenían un brillo amarillo. Y entonces lo vio. La lengua del segundo hombre salió varios centímetros fuera de su rostro y se agito tan rápido que por un segundo parecía desvanecerse, hasta que volvió dentro de su boca. Doroteo cerro la puerta y se quedo de espaldas a la misma. El baño solo tenía una pequeña ventana de no más de veinte centímetros en lo alto de la regadera. Se sintió nuevamente acorralado. Su corazón se aceleraba y sus manos comenzaban a temblar. —Tengo que salir de aquí— se dijo a sí mismo. Tomo el arma de su espalda y salió del baño con ella por delante. El hombre que estaba de pie abrió su boca, emitiendo un gruñido y enseñando un par de colmillos afilados y babeantes, como los de una serpiente. El segundo hombre se puso de pie y sin pensarlo se abalanzo sobre Doroteo. El arma detono dos veces, perforándole el pecho y deteniéndolo en su ataque. El hombre que ahora tenia cabeza como de lagarto, trastabillo y se fue de boca al suelo. El otro hombre que se había quedado parado en su lugar, corrió hasta el cuerpo de su hermano. Doroteo tentó el muro tras de él hasta llegar a la otra puerta y jalo del pestillo. El hombre que ahora estaba arrodillado en el piso junto al cuerpo de su hermano, levanto la mirada al escuchar aquel ruido. Doroteo pudo ver aquellos ojos ahora mas definidamente. Eran amarillos y penetrantes, estaban a los laterales de la cabeza del ser, quien ahora tenia esa cabeza parecida al de una serpiente. De nuevo abrió sus fauces para mostrarle los colmillos y justo antes de que se lanzara contra él, Doroteo abrió la puerta para después cerrarla tras de sí.

   Salió corriendo con todas sus fuerzas y no se detuvo hasta que se dio cuenta que ahora era de día. El sol se encontraba casi en lo alto del cielo. Paro su trote y apoyo sus manos sobre sus rodillas. Aun agitado, se giro para asegurarse que aquella cosa, ya no lo seguía. Estaba en medio de la nada, en un desierto llano que no mostraba vida en ninguna dirección. —Debo estarme volviendo loco. —se dijo a sí mismo. Ni el ser, ni la casa y ni siquiera la camioneta estaban en ninguna dirección. Noto que había varios nopales de color morado y a lo lejos, un par de piedras gigantes parecían moverse por sí solas pegadas al piso. —¿Dónde chingados estoy? — se preguntó. Saco su celular y la pantalla marcaba la 1:15 am. —Aun es de noche se supone— dijo Doroteo dejando de ver la pantalla y mirando hacia el sol. O lo que él creía se trataba del sol, pues la esfera parecía aproximarse hasta donde estaba él. De pronto las piedras que estaban a su alrededor comenzaron a flotar por encima del suelo, entre diez o quince centímetros de altura. El celular se calentó tanto, que lo soltó, pero de igual manera, este floto antes de caer al piso. La bola enorme en el cielo, se desplazo por encima de él. Dejando una estela amarillenta y yendo a parar más allá de lo que alcanzaba a ver. Se escucho una explosión y luego las piedras cayeron de golpe al suelo. Una onda expansiva que provenía de esa dirección lo derribo, levantando una nube de polvo que volvió todo de color café y después todo volvió a ponerse completamente oscuro. Doroteo se puso en pie, tosiendo y sacudiéndose el polvo. —¿Que fue eso? —

Pregunto, pero no hubo respuesta. Aquello se trataba de un meteorito que había logrado entrar en la atmosfera y se había estrellado en alguna parte de aquel inmenso desierto. Doroteo no lo sabía.

   Una columna de humo salía de la zona de impacto. Doroteo se puso en marcha en la dirección contraria, porque para él, sea lo que fuera aquello, estaba seguro que atraería a mucha gente y sobre todo a autoridades y no quería estar presente cuando eso sucediera. Ya no tenia el celular, pero aun conservaba la pistola y lo mas importante, la maleta del dinero.

   Mientras caminaba sin rumbo, se cuestiono si lo que había visto en esa casa y los seres que lo habían llevado a ella, había sido real. A estas alturas ya no sabia que creer, su cabeza estaba totalmente desorientada y quizás, todo había sido producto de su imaginación. No era así.

   Habían pasado ya varias horas. Llego a los pies de un enorme árbol que se erguía solitario en aquel desértico lugar. La noche había menguado o quizás el sol estaba próximo a salir, por que la temperatura había subido algunos grados. Sentía sed y recordó con añoro el enorme garrafón de agua que había comprado en la tienda y que ahora se encontraba en algún lugar dentro de su camioneta. La columna de humo aún se veía a lo lejos, pero ya muy disipada en la escuridad del cielo. Se sentó en aquel árbol. Los pies lo estaban matando y comenzó a pensar en que, al llegar a Estados Unidos, lo primero que haría seria comprarse muchos tenis, los más cómodos, los más caros y después buscaría un restaurante donde le sirvieran agua fresca y pediría el platillo mas costo. Se reía de sus ideas mientras descansaba sentado, hasta que, sin más, se quedó dormido.

   Un rayo de sol le picaba en la nuca. Se sacudió con una mano y luego algo se la detuvo. Abrió los ojos. Un par de hombres vestidos con sacos azul con rojo, con un pantalón blanco y unas botas negras que llegaban casi hasta sus rodillas, lo levantaron, jalándolo desde sus axilas.

   —¿Quién es usted caballero y que hace aquí? —Pregunto uno de los hombres.

   —¿Qué? ¿Cómo? —Contesto Doroteo, aun desorientado.

   —¿Qué quien es usted? No me haga repetirlo.

   —Me llamo Doroteo ¿Me puede decir dónde estoy?

   Los hombres rieron.

   —Parece que es otro borracho mi general. —Dijo uno que estaba a espaldas de Doroteo.

   —¿Es verdad eso hijo, eres uno de esos borrachines?

   El otro hombre que lo había levantado, ahora esculcaba en su maleta.

   —Mire mi general, parece que este hombre se dedica a repartir propaganda insurgente.

   El hombre saco un fajo de billetes y se lo entrego al hombre que estaba frente a Doroteo.

   —¡vaya, vaya!, con que eres de esos revoltosos que desobedecen a vuestro Rey Carlos IV

   —¡Que Dios tenga en su santa gloria! —Corearon al unisonó varias voces.

   Doroteo aun no caía en cuenta de lo que estaba pasando, solo sabia que estaba rodeado por un grupo de nueve o diez hombres y que uno de ellos, que portaba un sombrero que le resultaba gracioso, muy parecido al de un pirata, ahora lo veía directo a la cara.

   —Curiosa vestimenta la que usa usted, señor. —dijo observando sus tenis y la camisa que ahora estaba desabotonada— Contesta, ¿eres de esos borrachines?

   —No señor, no se lo que me esta hablando, pero le aseguro que no he hecho nada.

   Los hombres volvieron a reír.

   —Entonces Doroteo, ¿puedes explicarme que es esto? —Pregunto al tiempo que le restregaba el fajo de billetes en la cara.

   —Es dinero señor, son billetes.

   —¿Dinero? ¿Me estás diciendo que estas son monedas pesetas españolas?

   —¿Pesetas? Nada de eso señor, son billetes mexicanos.

   —¿Bi...que? —Dijo el hombre en tono burlón. Los demás hombres soltaron varias carcajadas.

   El hombre hojeo de nuevo el fajo, viendo en ellos los rostros plasmados de personas que no le parecían conocidas. Hasta que llego a uno que pudo reconocer y separo del resto.

   —¿Por qué me mientes Doroteo? No tengo ni idea de quienes son estas personas, pero a este si lo reconozco. — Era un billete de quinientos pesos con el rostro de Miguel Hidalgo. — Me vas a decir de nuevo que no eres de esos insurgentes.

   —¿Por qué me mientes Doroteo? No tengo ni idea de quienes son estas personas, pero a este si lo reconozco. — Era un billete de quinientos pesos con el rostro de Miguel Hidalgo. — Me vas a decir de nuevo que no eres de esos insurgentes. —El hombre tiro el fajo de billetes al suelo y le escupió en la cara a Doroteo. —¿Me dirás entonces que no sabes quien es el cura este?

   —Claro que se quien es señor, es Miguel Hidalgo.

   —Pues tu maldito héroe ya esta muerto, lo decapitaron ayer y su cabeza enviada para ser exhibida en Guanajuato, para que gente como tu escarmiente.

   Doroteo no entendía ni media palabra de lo que le decía aquel hombre.

   —Ya se acabó la revolución maldito revoltoso. Espósenlo y súbanlo a la carroza, lo pondremos con los otros presos y lo fusilaremos al atardecer.

   —Entendido mi general. ¿Qué hacemos con estos papeles?

   —Quémenlos, no podemos permitir que sigan haciendo su propaganda estos rebeldes.

   —Entendido mi general.

Uno de los hombres tiro los billetes en el piso y encendió un cerillo con el que les prendió fuego y la pila ardió bastante rápido. —¿Qué hacen idiotas? Ese es mi dinero. — Grito Doroteo intentando zafarse de entre los brazos de los hombres que lo llevaban casi a rastras.

   Lo subieron a una carroza y lo recostaron en el piso. Los hombres se sentaron a su alrededor, con sus fusiles y se pusieron en marcha.

   —¿A dónde me llevan cabrones?

   —Cállate revoltoso, ya lo sabrás cuando sea el momento. —El hombre le pego con la cacha de su arma.

   El general, que aun no se subía a la carroza, se quedo observando el papel con la imagen de Miguel Hidalgo. Pudo notar que venía marcado con la fecha de impresión como el año 2023. —Estos insurgentes sí que están mal de la cabeza— dijo sonriendo, antes de arrugarlo por completo y aventarlo a las brasas que aún quedaban del resto de papeles para verlo convertirse en cenizas. Se quedo ahí por unos momentos, para luego llamar a su oficial primero al mando.

   —Dígame mi general.

   —Baje al preso.

   —¿Qué lo bajemos?

   —¿No me escucho? Bájelo ahora.

   —Si mi general, como usted ordene.

   Bajaron de vuelta a Doroteo y lo llevaron hasta donde estaba el general.

   —Le tengo una pregunta a usted señor y espero me conteste con sinceridad.

   Doroteo solo asintió con la cabeza, aun estaba aturdido por el golpe y la mejilla le sangraba.

   —¿Usted en que año cree que esta?

   Doroteo solo subió los hombros y agito la cabeza.

   —¿2023? —Espeto el general casi susurrándole al oído.

   Doroteo asintió.

   —Entiendo. —volteo a ver al oficial— Retírele las esposas.

   —¿Esta seguro mi general?

   —No cuestione a sus superiores oficial. Libérelo ahora.

   El hombre se acerco por la espalda a Doroteo y le retiro las esposas dejándolo libre. Doroteo se sobo las muñecas y después la mejilla.

   —Gracias…

   —No me agradezcas todavía. —dijo el general. — ¿Ves a lo lejos aquella loma?

   —Si.

   —Bien, quiero que vayas en esa dirección, algo me dice que encontraras tu camino hacia allá.

   —¿Por qué me deja libre ahora?

   —Muchacho, me gustaría explicártelo, pero se que las respuestas las encontraras allá. Una pregunta ¿Estas armado?

   —Si. —Contesto Doroteo extrañado.

   —Puedes mostrarme tu arma.

   Doroteo se llevo la mano a la espalda y saco la escuadra. El hombre la observo fascinado y la tomo de sus manos, la miro por arriba y por abajo.

   —¿Da buena precisión tras cada disparo?

   Doroteo recordó el hoyo en la cabeza del político, con la sangre emanando a borbotones.

   —Pues la verdad es que sí. —Contesto dudoso.

   —Bien, pues, eso es todo. Sigue tu camino. —dijo regresándole el arma y señalándole la ruta.

Doroteo se guardo el arma y volteo a ver a los hombres de la carroza. Luego miro en todas direcciones y dio un ultimo suspiro. Se enfilo en la dirección, primero a paso lento y después un poco mas apresurado. Sin darse cuenta, ya estaba corriendo en medio del monte, cuando un disparo sonó por su espalda y pudo sentir una bala perforándole un pulmón, se desplomo en medio del desierto.

   —¿Ley fuga mi general?

   —Así es oficial. —aun salía humo del fusil.

   —¿Por eso lo dejo libre mi general?

   —Recuerda usted oficial, cuando le conté sobre las cosas que vi en mi travesía desde España hacia estas tierras.

   —¿Sobre los barcos fantasma o las luces en el cielo?

   —Eso mismo. Pues bien, hay cosas, oficial, que nosotros no podemos explicar, hay cosas que uno puede pensar que se trata de brujería o herejes, incluso cosas del mismo diablo, también hay lugares como este, en donde suceden cosas que no podemos explicar y ese muchacho era una de ellas. Es hora de retirarnos y dígales a sus oficiales que esto nunca paso.